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lunes, 2 de noviembre de 2015

Las Sociedades de Control

Postdata a las sociedades de control

Gilles Deleuze

[…] Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVIII y XIX; estas sociedades alcanzan su
apogeo a principios del siglo XX, y proceden a la organización de los grandes espacios de encierro. El individuo
no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después
la escuela (“acá ya no estás en tu casa”), después el cuartel (“acá ya no estás en la escuela”), después la
fábrica, de tanto en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia.
Es la prisión la que sirve de modelo analógico: la heroína de Europa 51 puede exclamar cuando
ve a unos obreros: “me pareció ver a unos condenados...”. Foucault analizó muy bien el proyecto ideal de
los lugares de encierro, particularmente visible en la fábrica: concentrar, repartir en el espacio, ordenar
en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la
suma de las fuerzas elementales.

[…] Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica,
escuela, familia. La familia es un “interior” en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales,
etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias.
Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben
que estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar
su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando
la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias.

[…] Esto se ve bien en la cuestión de los salarios: la fábrica era un cuerpo que llevaba a sus fuerzas interiores
a un punto de equilibrio: lo más alto posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios; pero, en
una sociedad de control, la empresa ha reemplazado a la fábrica, y la empresa es un alma, un gas. (…) Si los
juegos televisados más idiotas tienen tanto éxito es porque expresan adecuadamente la situación de empresa.
La fábrica constituía a los individuos en cuerpos, por la doble ventaja del patrón que vigilaba a cada elemento
en la masa, y de los sindicatos que movilizaban una masa de resistencia; pero la empresa no cesa de introducir
una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que opone a los individuos entre ellos
y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo. El principio modular del “salario al mérito” no ha dejado de
tentar a la propia educación nacional: en efecto, así como la empresa reemplaza a la fábrica, la formación
permanente tiende a reemplazar a la escuela, y la evaluación continua al examen. Lo cual constituye el medio
más seguro para librar la escuela a la empresa.

[…] Las sociedades disciplinarias tienen dos polos: la firma, que indica el individuo, y el número de matrícula,
que indica su posición en una masa.

[…] En las sociedades de control, por el contrario, lo esencial no es ya una firma ni un número, sino
una cifra: la cifra es una contraseña, mientras que las sociedades disciplinarias son reglamentadas por
consignas (tanto desde el punto de vista de la integración como desde el de la resistencia). El lenguaje
numérico del control está hecho de cifras, que marcan el acceso a la información, o el rechazo. Ya no
nos encontramos ante el par masa-individuo. Los individuos se han convertido en “dividuos”, y las masas,
en muestras, datos, mercados o bancos. Tal vez sea el dinero lo que mejor expresa la diferencia entre las
dos sociedades, puesto que la disciplina siempre se remitió a monedas moldeadas que encerraban oro
como número patrón, mientras que el control refiere a intercambios flotantes, modulaciones que hacen
intervenir como cifra un porcentaje de diferentes monedas de muestra.

[…] Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las máquinas
sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de crearlas y utilizarlas. Las viejas
sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las sociedades
disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el
peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas
informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería ola introducción de
virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo. Una
mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el capitalismo del siglo XIX es desconcentración,
para la producción, y de propiedad. Erige pues la fábrica en lugar de encierro, siendo el capitalista el
dueño de los medios de producción, pero también eventualmente propietario de otros lugares concebidos
por analogía (la casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado ya por
especialización, ya por colonización, ya por baja de los costos de producción.
[…] Gran parte de la filmografía del documentalista Harun Farocki (1944) puede ser utilizada para abordar
las características del pasaje de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control. La torre panóptica
típica de las prisiones encontró nuevas formas en las cámaras vigilantes que se multiplican en
los cajeros, los bancos, los supermercados, los shoppigns, las autopistas y los escenarios en los cuáles
transcurren las sociedades contemporáneas.


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